March 26, 2024

La historia de Kelly

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Somos una familia de 6 personas donde hay tres niñas, un niño, mamá y papá. Somos venezolanos, orgullosos de nuestra nacionalidad. Somos de tierras llaneras. Esas tierras consisten mayormente de ganadería dónde el cultivo es una de las mayores riquezas que hay entre Venezuela y Colombia. Son numerosas las fincas con ganado y sembradío. Amamos nuestro país y nuestras raíces.

Me encanta estar con mi familia, la comida como las cachapas hechas de maíz molido y rellenas de un delicioso queso de mano, un rico pabellón que consisten en arroz, frijol negro, carne desmechada, queso, huevo, aguacate y plátano frito. Y sobre todo tomar café con mi mamá. Pero lastimosamente la situación en el país iba cada vez peor y esto nos estaba afectando; ya no había dinero y mucho menos trabajo.

Supe que teníamos que tomar la decisión más difícil de nuestras vidas, migrar a Estados Unidos para asegurar un futuro mejor para nuestra familia. Pasaron unos días luego de tomar esa decisión, tocó la parte más dura y era despedirnos de nuestros familiares. Fue muy duro y muy triste, pero sabíamos que era la mejor decisión.

En ese momento nos tocó vender todas nuestras cosas para juntar el dinero para poder viajar. Lastimosamente no nos alcanzaba para venirnos los 6 así que tuvimos que dejar a las dos niñas más grandes de 9 y 10 años con su abuela, mi mamá. Era aún mucho más doloroso para mí por tener que dejarlas. Era dejar un pedazo de mí en nuestro país sin saber cuánto tiempo tardaría en volverlas a ver.

Se llegó el día y nos fuimos a Medellín, Colombia, donde contactamos a unas personas que nos llevarían a atravesar la temerosa y tan nombrada la Selva del Darién (algunos lo llaman el infierno para los migrantes). Ahí duramos tres días largos caminando y atravesando pantanos y cientos de ríos, exponiendo en cada momento nuestras vidas al peligro, pero confiando siempre en Dios que era nuestro guía en esta travesía. Mis hijos de cinco y seis años me animaban diciéndome, “¡Tú puedes, mami!”

Llegamos a Costa Rica pensando que ya todo peligro había acabado, pero no fue así. Ahí era cuando más caminos y complicaciones se venían. Pasamos ese país a Nicaragua luego a Honduras. Allí los niños se enfermaron y nos tocó quedarnos dos noches y lo hicimos pidiéndole a Dios siempre por la pronta recuperación de los niños.

De allí en adelante las cosas se nos empezaron a complicar porque ya no contábamos con mucho dinero, ya no comíamos las tres comidas nosotros para poderles dar de comer bien a nuestros hijos y nos sustentábamos con solo agua pero siempre con fe y con más ganas de llegar a nuestro destino.

Llegamos a Guatemala donde en cada parada del bus era más dinero que nos pedían por ser migrantes. Lamentablemente, hay que darles dinero a los conductores o nos dejan allí y sale aún más costoso porque se tiene que pagar más pasajes.

Llegamos a México y nos fuimos directo a Tapa Chula donde teníamos que sacar un permiso para poder trasladarnos a la ciudad de México y no tener ningún inconveniente con migración. Al llegar al lugar tuvimos que hacer una cola donde habían más de 1000 personas de nacionalidades diferentes. Pasamos la noche aguantando frío y lluvia.

Logramos sacar el permiso al día siguiente gracias a que organizaron a las personas dando prioridad a los que llevaban hijos. Seguimos avanzando a ciudad de México donde los pasajes hacia la frontera estaban agotados. México ya estaba colapsado de tantas personas queriendo llegar a la frontera – a la libertad, al sueño de un futuro mejor. Nos quedamos tres días esperando pasajes, ya con mucho cansancio desesperante.

Luego de tres días conseguimos pasajes a la frontera y teníamos mucha felicidad en ese momento porque ya cada vez era menos lo que nos faltaba. Llegamos a la frontera y caminamos 30 minutos más con los pies hinchados y con vejiga y callos en los pies. Llegamos y era sorprendente ver tanta gente con carpas que ya llevaban muchos días allí.

Preguntamos a varias personas como estaba para uno entregarse. Y todos hablaban que era muy difícil y también que es de suerte. Tomamos la decisión de entregarnos.

Con mucho miedo cruzamos el Rio Bravo, entramos por unos alambres de púas que dividen la frontera de México con Estados Unidos. Al cruzar estaban unos militares donde amablemente nos indicaban el camino para entregar nuestras pertenencias y así entregarnos a migración. Al entrar allí nos revisaron los documentos a cada uno y seleccionan a las familias y a personas solas. Luego nos montaron en un bus para llevarnos a un centro de procesamiento. Después de que nos procesan, toman datos, firmas, fotos, y huellas. Nos llevaron a una cabina sumamente fría dónde se duerme en un colchón con sábanas de bolsas de aluminio donde meten aproximadamente unas 30 a 40 personas con hijos. Estuvimos en el centro de procesamiento seis largos días. Esos días fueron muy difíciles porque me separaron de mi hijo y mi pareja y yo estaba con nuestra niña.

Fueron seis largos días dónde no veíamos ni la luz del sol, y cada amanecer era una angustia de no saber que pasaría con nosotros. Todos los días temía a una deportación.

Al sexto día me nombraron y era para entregarnos nuestros papeles de migración y volver a ver a mi hijo y mi pareja. Con lágrimas en mis ojos nos reencontramos. Seguí dándole gracias a Dios por darnos las fuerzas y sabiduría para lograr llegar. Yo estaba segura que nuestro futuro y el de nuestros hijos estaba por cambiar.

Hoy en día nos encontramos en Nueva York apostando a un mejor futuro y mejor porvenir para nuestra familia. Siempre le damos gracias a Dios por darnos la fuerza para llegar aquí y por colocarnos personas extraordinarias en nuestro andar.

¡Con fe en Dios siempre se puede!

Keily, Fred, Nadia y Andrés* siguen en un albergue en NYC. Por favor oren por ellos para que Dios les bendiga y les de mucha paz, una comunidad, ayuda, fe y amor.

*Los nombres se han cambiado para proteger su identidad.